El año 2018 ha sido el año en el que hemos visto cómo Google, Facebook o Apple, impulsores de la tecnología que nos demanda constante atención en forma de notificaciones y nuevos contenidos, han decidido darnos herramientas de control del tiempo que pasamos con sus productos y formas de reducirlo. Y casualidad o no, también es el año en el que hemos descubierto que los tecnólogos de Silicon Valley, creadores de esta tecnología, prohiben o limitan considerablemente a sus hijos el uso de los productos que ellos mismos desarrollan.
Según este último artículo, de The New York Times, los más cercanos a una situación son los más conocedores y preocupados por ello, y en esa línea hay varios ejemplos de directivos y exdirectivos de empresas de Silicon Valley que son extremadamente reticentes a que sus hijos usen dispositivos con pantallas táctiles.
Directivos y exdirectivos de Google, de Facebook, de Mozilla... Uno de los últimos que alzó la voz públicamente fue Tim Cook, CEO de Apple, quien dijo que prefiere que haya límites al uso de tecnología en los colegios, y que no quería que su sobrino usase redes sociales.
Los argumentos para evitar que los niños se habitúen al uso continuado de pantallas como las de smartphones y tablets, o retrasarlo todo lo posible, se centran en la necesidad de que esos niños desarrollen habilidades que el uso de pantallas no les permite desarrollar. También en evitar que las plataformas digitales empiecen a habituarles a usarlas a edades tempranas, haciendo el símil de las campañas de marketing del tabaco orientadas a que niños y adolescentes acaben fumando el día de mañana.
Silvia Álava, psicóloga especializada en educación, coincide con el diagnóstico de la falta de habilidades: "Los niños tienen que aprender un montón de cosas: a aburrirse para aprender a tolerar la frustración, a jugar libremente para aprender a dirigir su conducta, a jugar con normas para aprender a respetar unas reglas, a estar con otros niños para desarrollar habilidades sociales y saber negociar... Y estando solo con una pantalla no se consigue".
La AAP (Academia Americana de Pediatría) lanzó una recomendación para los progenitores respecto a sus hijos en 2017: hasta los dos años, nada de pantallas. Y a partir de entonces y hasta los cinco, un máximo de una hora al día de consumo de contenidos en pantalla, siempre que sean de calidad (un abstracto difícil de cumplir colectivamente) y con un acompañamiento por parte de los padres.
Exactamente lo mismo recomienda Silvia, puntualizando que lo más importante es que el niño esté acompañado en todo momento, no solo para orientarle en qué tipo de contenidos debe consumir o qué actitudes debe evitar, sino también para resolver sus necesidades cognitivas y emocionales.
Cada vez hay más voces que señalan al exceso de tiempo frente a un smartphone como causa de depresión en adolescentes
¿Qué ocurre cuando el "adicto" no es un niño pequeño, sino un adolescente? El control es más complicado, tienen una mayor autonomía y pasan más tiempo lejos de sus progenitores.
"Parece que los adolescentes sean adictos al móvil, y no es así. Algunos podrán serlo, pero otros lo usan porque tienen miedo de experimentar ciertas emociones que prefieren no conectar con ellos mismos. Y eso hay que evitarlo", dice Silvia.
Esta potencial carencia de evolución de la salud mental puede derivar en problemas mucho mayores. Jean M. Twenge, psicóloga estadounidense especializada en diferencias generacionales, determinó en un estudio que si un adolescente aumenta el tiempo que pasa frente al smartphone, aumentan las probabilidades de que sufra depresión, según publicó en su último libro.
Este estudio se entiende mejor junto a otra noticia: las tasas de depresión en adolescentes llevan disparándose desde 2011. Y aunque como decíamos, todavía no hay un consenso sanitario, sí que hay cada vez más voces que señalan como culpable al uso excesivo de las redes sociales.
El vuelco de la brecha digital
En las últimas décadas se ha producido una brecha digital entre ricos y pobres. No solamente de diferentes países: también entre compañeros de colegio que contrastaban en la capacidad de uso de la tecnología.
Los de familias con rentas más altas tenían más acceso a esa tecnología, mientras que los de rentas más bajas no. Una diferencia que provocaba que los hijos de familias más ricas tuviesen una ventaja a la hora de desempeñar estudios u ocupar empleos con componente técnico.
El empresario y escritor Seth Godin escribió recientemente sobre cómo la brecha digital ha dado un vuelco: los hijos de familias ricas tienen acceso a alternativas a pasar el tiempo frente a una pantalla, mientras que los de familias pobres, que pasan el día trabajando, no tienen recursos económicos ni disponibilidad temporal para ello.
Javier Urra, psicólogo clínico especializado en menores y Defensor del Menor entre 1996 y 2001, pone el paralelismo de la obesidad. "En África hay hambrunas que afectan a niños, en cambio, en países desarrollados, la obesidad infantil afecta más a familias con menor poder adquisitivo, ya que tienen acceso a peor alimentación y que se prepara en menos tiempo. Lo mismo pasa con los niveles culturales y económicos altos y bajos: la gente de alto nivel cultural, aunque sean expertos en tecnología, se ha dado cuenta de que su uso es bueno, pero su abuso no, y la adicción menos. Se han dado cuenta de que se ha de volver al juego físico, al juego con otros niños".
Sobre que la clase alta y con conciencia de lo que supone el elevado uso de la tecnología, Javier cree que estamos viendo un descenso del uso del smartphone y las redes sociales en ciertos demográficos:
"Lo que veo es que muchísima gente antes estaba con el móvil siempre conectado, siempre pendiente de Instagram, Twitter... Y ahora mucha gente de cierto nivel intelectual está cogiendo distancia, buscando cierto equilibrio. Esto hay que hacer que llegue a niveles socioculturales bajos. Si no, estaremos haciendo una división social".
La clase de nivel sociocultural alto está comenzando a distanciarse de smartphone y redes, algo que debe llegar a los niveles bajos para no crear una brecha social.
Justo a lo que se refería Godin, solo que yendo más allá de la especialización en empleos técnicos. "No se pueden usar las pantallas como chupetes emocionales", dice Silvia. "Cuando son muy pequeños hay que estar con ellos e incluso dejar que se aburran. Pero estando dispuestos a satisfacer sus necesidades. Tampoco podemos pretender llevarlos a un restaurante con adultos y que estén tres horas sentados y callados. A veces el problema nace de la comodidad de los padres. Cuando son más mayores, hay que impulsar el juego libre y en compañía".
Por supuesto, sin caer en el neoludismo o en la negación completa de la tecnología. "Las pantallas dan capacidades perceptivas, pero si no hay nada más, es muy limitador. Hay jugar, correr, imaginar, crear", cuenta Javier. Y añade Silvia que "hay que enseñar a usar la tecnología, pero no a que supla el contacto humano. Si todo se limita al uso de pantallas, hay procesos cognitivos básicos que no se trabajan".
El día de mañana
¿Qué puede ocurrir a largo plazo si esta tendencia en niños y adolescentes no se revierte? Tanto Javier como Silvia ven complicado lanzar hipótesis a largo plazo, pero coinciden en las consecuencias naturales, empezando por la falta de habilidades sociales que impida dar mensajes en el cara a cara, únicamente a través de entornos digitales y continuando por incapacidad de gestionar las emociones correctamente.
Algunos cambios generacionales sí están empezando a producirse, aunque no únicamente a causa del smartphone. Jean M. Twenge cuenta que los cambios que ha visto en la generación nacida entre 1995 y 2012 respecto a las generaciones anteriores han sido los más rápidos y bruscos que ha visto en toda su carrera.
Cambios como que tienen más tiempo libre, el cual pasan ahora en soledad, con el smartphone como epicentro de sus comunicaciones sociales. También un menor interés por conducir (actividad que poco antes despertaba un interés descomunal), un menor número de citas, e incluso menores relaciones sexuales entre los quince y los dieciocho años. Las principales consecuencias del abuso del smartphone ya se están comenzando a dar, ahora falta ver qué decisiones toman los progenitores frente a ellas a largo plazo.
Fuente: Xataca