Nunca había coincidido con un ex masón, hasta que el domingo 29 de enero de 2017 compartí mesa con Serge. Había venido de Francia para participar en la presentación de esa brillante aportación intelectual de Alberto Bárcena titulada Iglesia y Masonería, las dos ciudades. Este libro, además de ser un trabajo riguroso, divulga con claridad para el gran público la centenaria historia de la Masonería y explica las razones por las que la Iglesia la ha condenado desde su origen hasta la actualidad.
Serge había pertenecido a la Masonería durante más de veinte años y, cuando cenamos en casa del profesor Bárcena, no hacía mucho tiempo que la había abandonado. De todo lo mucho que nos contó en aquella velada, lo que más me impresionó fue esta afirmación:
—“Las leyes de ideología de género de Francia, antes de discutirlas en el Parlamento, ya las habíamos visto antes en mi logia”.
Me vino entonces un sobresalto por lo que acababa de oír y, sobre todo, por lo que pensé después de escuchar a Serge. Al momento recordé “la crisis de los ficheros”, por la que en 1905 tuvo que abandonar la presidencia del gobierno Émile Combes (1835-1921), uno de los masones más famosos del país vecino. La opinión pública francesa supo de la existencia de unos ficheros secretos, con los que se orientaba Émile Combes para controlar a los funcionarios y al ejército, en los que distinguía entre amigos y enemigos de la secta masónica, para favorecer a los primeros. Por lo tanto, la interferencia de la masonería en la política francesa tiene su tradición, y por lo tanto no era un disparate la confesión que me había hecho el exmasón.
Durante la II República se multiplicó el número de masones en España
Y a continuación pensé que, si en Francia la Masonería había interferido en el normal desarrollo político, concretamente en la implantación de las leyes de ideología de género, como me acababa de confesar Serge, no era descabellado pensar que en España nos pudiera estar pasando la mismo.
Desde luego que en España también tenemos nuestros precedentes, porque el Parlamento de la Segunda República estuvo infiltrado por la Masonería… ¡Y de qué manera…! Y hasta parece lógico concluir si será o no este el motivo por el que ciertos políticos de ahora tienen tanto empeño en entroncar con aquel Parlamento republicano, tan bien avenido con la Masonería. Y desde luego que mi pensamiento no carece de fundamento, porque desde un tiempo a esta parte hay que ver la cantidad de homenajes que las instituciones políticas españolas le han hecho a la Masonería.
La Masonería española, en los años precedentes a la proclamación de la Segunda República (14-IV-1931), aumentó notablemente sus efectivos, de manera que en 1930 sus 2.455 miembros se encuadran en 81 logias y 26 triángulos. Pero si llamativo fue el crecimiento de la Masonería durante la Dictadura de Primo de Rivera y del General Berenguer (1923-1931), más sorprendente fue el que experimentó durante el período republicano, pues hasta donde yo tengo datos contrastados, que es el año 1934, los masones en España casi se duplicaron, llegando a un total de 4.446 miembros.
Puede que la cifra no parezca muy abultada, pero hay que tener en cuenta que los masones durante la Segunda República coparon cargos de gran influencia. Por ejemplo, de los 470 diputados de la Cámara Constituyente de 1931 casi un tercio eran masones. Al menos que sepamos documentalmente pertenecían a la Masonería 151 diputados, concretamente 135 al Gran Oriente Español y 16 a la Gran Logia Española.
De los 470 diputados de la Cámara Constituyente de 1931 casi un tercio eran masones
Es creencia general que Esquerra fue un partido trenzado por la Masonería, y es cierto, pero no tanto como otros, porque de sus treinta diputados eran masones 11. Por su parte, casi la mitad de los diputados del Partido Radical eran masones, exactamente 43 de un total de 90 diputados. Sin embargo, la representación más nutrida de la Masonería se encontraba en las filas del socialismo, pues entre el PSOE y el Partido Radical Socialista sumaban 65 diputados masones.
La estrategia de los masones durante la Segunda República para descristianizar España se centró en la reforma de las leyes que afectan a la educación de los niños en las escuelas y de los soldados en los cuarteles, pues hay que tener en cuenta que entonces todos los jóvenes españoles tenían que hacer obligatoriamente el servicio militar, durante una larga temporada.
La Masonería se propuso implantar la Escuela Única, para erradicar la religión de los centros docentes. Son muchas las pruebas que demuestran lo que digo, veamos solo una. El 5 de agosto de 1931 El Gran Consejo Federal Simbólico se dirigió por carta “al ilustre hermano Marcelino Domingo, Ministro de Instrucción” en los siguientes términos: “Mi querido hermano: La Comisión Permanente del GCFS en la sesión celebrada el día 3 del actual, acordó recogiendo el deseo de la Masonería Simbólica del Gran Oriente Español dirigirse a Vos en súplica de que en el más breve plazo lleve a vías de hecho el gran proyecto de la Escuela Única”. Carta a la respondió el ministro Marcelino Domingo el día 17 de agosto con estas palabras: “Es mi deseo y propósito establecer la Escuela Única y a este fin he de trabajar con toda intensidad”.
Un elemento clave en esta estrategia fue el nombramiento del socialista Rodolfo Llopis, como Director General de Enseñanza Primaria. Llopis, cuyo nombre simbólico era el de Antenor, se había iniciado en la Logia Ibérica número 7 en 1923, perteneciente al Gran Oriente Español, donde escaló los más altos puestos. En 1931 era segundo vicepresidente del Gran Consejo Federal Simbólico, máximo órgano de gobierno del Gran Oriente Español.
Los dirigentes masónicos ordenaron “eliminar la negra y gigantesca sombra de la Iglesia católica”
El nombramiento de elementos como Rodolfo Llopis constituía para la dirección de la Masonería “una seria garantía” para el éxito de sus propuestas. Así, en el Boletín del Gran Oriente Español de 10 de septiembre de 1932 se puede leer lo siguiente: “La presencia en el Ministerio de Instrucción Pública de hombres iniciados en nuestra doctrina constituye una seria garantía para nuestros ideales y es de esperar continúen la labor comenzada, hasta lograr la reforma honda y trascendental que la enseñanza en nuestro país requiere”.
El órgano oficial de la Masonería, antes citado, se preocupó de concretar en qué consistía esa reforma honda y trascendental. Fueron muchos las publicaciones en ese sentido, que aparecieron en dicho Boletín. Puesto que, como decían, las ideas son el motor de los hombres, el maestro debe ser un sembrador de ideas, pero de unas determinadas ideas, “pues el maestro debe inculcar ideas masónicas que informen la voluntad”.
Como un primer paso, los dirigentes masónicos ordenaron “eliminar la negra y gigantesca sombra de la Iglesia católica”. Y hasta llegaban a concretar cómo había que hacer las cosas: “En la escuela se debe suprimir toda enseñanza religiosa directa. Se debe aprovechar otras enseñanzas, tales como la Historia, para sugerir las convenientes ideas acerca de las religiones. Manejado convenientemente este resorte, no dejaría de dar fruto, pues se podría lograr herir vivamente la imaginación infantil con hechos de interpretación desfavorables para la Iglesia”.
Como he dicho, durante la Segunda República el Boletín Oficial del Gran Oriente Español publicó varios trabajos dedicados a la educación. En uno de ellos, escrito por Manuel Herrero Palahi, titulado El masón en la enseñanza. Opinión personal de un aprendiz, se podía leer: “El maestro después de haber formado hombres fuertes de cuerpo y espíritu, tratará de hacerlos sabios. No olvidará ni por un momento que en esta crítica edad tiene que desvanecer y combatir los errores religiosos que los jóvenes hayan aprendido de sus familias”.
No cabe duda cómo la Masonería quería troquelar a los españoles. Otro de los artículos, firmado por un tal “Séneca” de la Logia Condorcet lo proclamaba así de claro: “El hombre es para el hombre, es decir, para la tierra, no para el cielo, para esta vida, no para la otra”.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá