El Covid-19 ha afectado de forma sin precedente el bienestar de la mayoría de los países. El costo humano ha sido espectacular en términos de muertes, así como aflicciones a la salud y desasosiego. La agresividad del virus ha dejado al descubierto la fragilidad ante su amenaza, cuyos antídotos no fueron desarrollados oportunamente, a pesar de las repetidas advertencias de especialistas sobre el riesgo de una gran pandemia.
El costo económico del coronavirus ha sido también descomunal al haber propiciado una recesión cuya profundidad seguramente rebasará las ocurridas en casi un siglo. Parte de la contracción ha provenido de las medidas que han restringido los flujos internacionales.
Específicamente, algunos países han decretado el cierre de sus fronteras al tránsito de las personas, han prohibido las exportaciones de ciertas mercancías, como medicinas y equipo médico, y han invitado a sus empresas a regresar las operaciones externas a su territorio, entre otras iniciativas.
Tales disposiciones, aunadas a la caída de la actividad económica interna, se han reflejado en un desplome inusitado del comercio mundial, el turismo, la inversión extranjera y la migración.
La contención de las relaciones internacionales ha llevado a algunos observadores a concluir que la pandemia podría significar el final de la globalización. Este augurio se ha alimentado de algunos señalamientos que no resisten un escrutinio a fondo.
Un argumento sostiene que la globalización se ha desprestigiado porque la interconexión entre las naciones ha permitido el contagio del virus. Sin duda, la globalización siempre ha tenido sus detractores, como son los sectores amenazados con la competencia internacional.
Sin embargo, muchas epidemias brotaron siglos antes de la intensificación de la globalización. En cambio, ésta ha permitido aumentar la prosperidad mundial mediante el acceso amplio a una gran variedad de bienes y servicios, incluyendo los medios de salud que eventualmente permitirán dominar el padecimiento.
Otro argumento estipula que la globalización “ha ido demasiado lejos”, al hacer depender la producción de las cadenas de suministro globales, las cuales pueden romperse ante eventos como la pandemia, dejando en peligro la disponibilidad de artículos esenciales, como los medicamentos.
De esta manera, han cobrado fuerza las visiones a favor de la autosuficiencia 'estratégica' de ciertos sectores por motivos de seguridad nacional o de salud púbica. Este razonamiento tiene la limitante de que puede usarse arbitrariamente para casi cualquier segmento de la economía, por ejemplo, el alimentario.
Independientemente de estas aseveraciones, resulta virtualmente imposible que el coronavirus extinga la globalización. La interconexión internacional abarca muchos aspectos, incluyendo la transmisión de conocimientos y tecnología que han sido la clave para el progreso. Los motores subyacentes seguirán presentes, como el interés de las empresas de buscar métodos de producción cada vez más eficientes.
Lo que parece más probable es que el mundo entre a una fase de menor internacionalización. Históricamente, ello ha ocurrido ante choques extraordinarios de naturaleza económica o geopolítica.
El caso más evidente fue la interrupción de la primera gran ola de globalización, iniciada en 1870 con la modernización de los medios de comunicación y concluida abruptamente en 1914 con la Primera Guerra Mundial.
El periodo entre guerras resultó en una retracción considerable de la globalización, medida con la razón de comercio a PIB mundiales, la cual comprendió la gripe española, la Gran Depresión y el movimiento generalizado hacia el proteccionismo.
Un caso más reciente ocurrió con la segunda gran fase de internacionalización, que arrancó en 1945, se intensificó desde los años noventa del siglo pasado con la caída del comunismo y la entrada de China a la OMC, y se paralizó a partir de la crisis financiera de 2008-2009.
El retroceso reciente de la globalización ha estado influido por el resurgimiento del nacionalismo en algunas latitudes y la guerra comercial entre EE.UU. y China.
Una reducción de la globalización implicaría, como principal costo, restringir el potencial de crecimiento económico mundial. El ascenso del proteccionismo afectaría más severamente a los países en desarrollo, cuyos bienes y servicios se encarecerían notablemente.
México debería prepararse ante este posible escenario adverso. Si bien el T-MEC puede apoyar en algún grado la continuación de la integración regional, la menor interconexión global necesariamente limitaría las posibilidades de avance para todos.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 15 de julio de 2020.