Con motivo de la celebración del 40º aniversario de la legalización de la Masonería en España, la cual se produjo en 1978 –¿mera coincidencia de la vida?–, es decir, el mismo año en que se aprobó la actual Constitución que ha sentado en buena medida las bases para lo que hoy vemos y… sufrimos, la Gran Asamblea de la Masonería Española ha concedido, en «votación blanca y sin mácula», la medalla de la Orden Masónica del Fundador con distintivo rojo a Su Majestad el Rey Felipe VI –la misma que ya concedieron a su padre «el emérito» en su día–; con lo cual, a partir de ahora, nuestro actual monarca agrega a sus numerosos títulos el de Caballero de la Orden Masónica del Fundador de los Francmasones Antiguos, Libres y Aceptados de la Única y Reconocida Gran Logia de España, que es la más alta distinción que otorga «la secta».
En el comunicado oficial, «la secta» afirma: «La concesión por unanimidad de la Gran Asamblea coincide con el 40 aniversario de la legalización de la Masonería en España tras una de las persecuciones más sistemáticas que ha vivido en ningún país del mundo. Con esta concesión, al Jefe del Estado, la Masonería desea manifestar su gratitud a la sociedad española, por los valores de entendimiento fraterno que desde 1978 han amparado y protegido la existencia ininterrumpida de la Masonería en España».
Y puesto que Felipe VI no ha rechazado tan infecta condecoración, y tan inmundo deshonor, viene a colación y conviene recordar, al menos, lo que sigue:
* La Iglesia ha condenado a lo largo de los tiempos, desde que la Masonería cobrara forma material allá por principios del siglo XVIII, que quien ingrese en ella comete sacrilegio y está ex-comulgado ipso facto, quedando el posible perdón en manos sólo del Papa, pues no sólo la Masonería –y sus numerosas sectas y sociedades anexas– es incompatible con nuestra Santa Fe, sino que además la Masonería ofrece tributo al Diablo, siendo manifiestamente diabólica o, dicho más finamente: luciferina, o sea, que adora a Lucifer… que ya sabemos todos quién es.
* Está documentadísimo que en la caída de Alfonso XIII –y posteriores desastres para España–, además de los errores del rey, tuvo muchísimo que ver la Masonería:
— Tras consagrar España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, algo de lo que Alfonso XIII se enorgulleció siempre, los masones, por boca de Roberto Castroviejo, a la sazón Vicepresidente tercero de la liga de los Derechos Humanos –sociedad masónica–, diputado y masón, dijeron que aquello había sido «dogmáticamente una herejía y estáticamente una aberración»; el líder socialista «moderado» Julián Besteiro lo calificó de «acto bochornoso y peligroso» y el propio Pablo Iglesias Posse, alucinado fundador del PSOE, lazó una dura diatriba manifestando que «La locura ha hecho presa en nuestros gobernantes».
— El propio Alfonso XIII declaró al padre Mateo Crawley-Boevey que, tras dicha consagración, tuvo que recibir a una delegación de doce masones, encabezados por Luis Simarro, Gran Comendador del Gran Oriente, los cuales, con una audacia sin parangón, le propusieron el siguiente trato: «garantizaban la paz en España, a pesar de las tremendas crisis que padecía, y la conservación de la corona por el rey, si: él se adhería a la Masonería, declaraba a España Estado laico, se aprobaba el divorcio y se implantaba la enseñanza pública y laica», a lo que el rey les contestó «Eso, ¡jamás! No lo puedo hacer como creyente. Personalmente soy católico, apostólico y romano», y sin más les indicó que la audiencia había acabado, no obstante lo cual, Simarro, antes de irse, espetó a Alfonso XIII «Lo sentimos, pues Vuestra Alteza acaba de firmar su abdicación como rey de España y su destierro». Tan sólo diez años después Alfonso XIII abandonaba para siempre España.
Poco después en 1933, en el hotel Savoy de Fontainebleau, recordaba «El terrible cáncer de la República es el haber sido producto, no de una opinión republicana, sino de una confabulación de marxistas, separatistas y masones, ajenos a una convicción y sentimiento entrañablemente nacional».
— Que Franco prohibió y persiguió a la Masonería hasta su práctica extinción es un hecho, bien que no pudo evitar que la misma sobreviviera camuflada y aletargada en el seno de su propio régimen a la espera del momento de la venganza.
Por eso, tras el fallecimiento del Caudillo, tampoco es de extrañar que quienes ya tenían decidido no dejar de su etapa de gobierno no sólo ni el recuerdo, sino todo lo contrario, su conversión en lo peor que ha existido sobre la Tierra, de las primeras cosas que hicieran fue legalizar la Masonería.
¿A alguien le extraña, pues, o aún no entiende, de dónde viene la sañuda y sin parangón persecución actual y desde hace cuatro décadas contra Franco, hasta querer incluso profanar su sepultura, además de destruir España? ¿Y a quién le extraña la pervivencia, bien que por el momento y hasta que «la secta» quiera, de Juan Carlos I y ahora de Felipe VI?
Fuente: www.elespañoldigital.com