Este jueves, Europa desayunó con la noticia de que Chang’e 4, la sonda china con nombre de diosa que a principios de mes marcó un hito al ser la primera en posarse sobre la cara oculta de la Luna, se había despertado de una siesta de dos semanas, el equivalente a una noche lunar.
Días antes, esta misión copó titulares al saberse que había germinado una semilla de algodón que viajaba a bordo de la nave. El sueño de un huerto lunar no duró mucho, ya que la falta de luz solar y las bajas temperaturas acabaron con el brote en la primera noche. Pese a ello, la noticia volvió a poner de relieve los avances de Pekín en materia espacial, un campo en el que ha conseguido encadenar grandes progresos y en el que espera muchos más.
Durante la Guerra Fría, China llegó relativamente tarde a una carrera espacial en la que países como EE.UU., URSS o Francia llevaban la delantera. No fue hasta abril de 1970, con los rescoldos de la Revolución Cultural todavía humeantes, cuando Pekín lanzó desde su base secreta en el desierto del Gobi su primer satélite, el Dong Fang Hong I. Una vez asentado en las alturas, empezó a retransmitir la canción El Este es Rojo, toda una muestra de combinación de geopolítica, ciencia y propaganda.
Si en la década de los ochenta el país se centró en el desarrollo de aplicaciones civiles y militares –telecomunicaciones, de meteorología o navegación–, con el creciente aumento de su peso geopolítico en los noventa se promovieron proyectos más orientados a lograr prestigio en el campo de la exploración espacial y el vuelo tripulado.
Como resultado, en octubre de 2003, Yang Liwei se convirtió en el primer astronauta chino (o taikonauta, como aquí se les denomina) en viajar al cosmos, haciendo de China el tercer país en poner a un humano en órbita; en el 2008 llegó el primer “paseo espacial” chino; en septiembre del 2011 lanzaron el primer laboratorio espacial, el Tiangong-1 (Palacio del cielo); en el 2013, el robot Conejo de Jade daba su primer paseo por la superficie lunar; y en el 2017 entraba en funcionamiento el satélite Micio, el primero de comunicación cuántica del mundo.
Pese a todos estos avances, China todavía anda muy por detrás de EE.UU. en cuanto a tecnología y presupuesto (se calcula que si Pekín invierte 6.000 millones de dólares, la NASA, la agencia espacial estadounidense cuenta con 40.000). Aún así, sus científicos cuentan con la ventaja de recibir el respaldo inequívoco del Gobierno chino y de Xi Jinping, el líder comunista que más poder ha acumulado desde Mao Zedong.
No en vano, este programa espacial encaja como un guante en la estrategia económica fijada por Pekín, en la que prima la innovación y el desarrollo tecnológico; contribuye a su seguridad nacional; y sirve como herramienta diplomática y de propaganda. Más que una carrera espacial, “China está siguiendo sus propias motivaciones e intereses en lugar de desarrollar su programa en competencia con otros países”, apuntó el fundador del Instituto de Política Espacial de la Universidad George Washington, John Logsdon, a la revista Wired.
Sin embargo, los estadounidenses recelan. Ya en el 2011, el Congreso americano aprobó una ley que prohibía la cooperación espacial entre Washington y Pekín. En la práctica, eso impide que la NASA colabore con científicos chinos o que se haya prohibido la presencia de taikonautas en la Estación Espacial Internacional.
En agosto del 2018, el vicepresidente Mike Pence reveló los planes de crear un “Ejército espacial” que proteja sus intereses y contrarreste los avances chinos y rusos en este “nuevo campo de batalla” que ahora es el cosmos.
Lejos de arrugarse, China ha optado por seguir adelante con sus propios programas. Para el 2019, China tiene previsto enviar más de 50 naves espaciales en una treintena de lanzamientos. Entre las misiones más destacadas se encuentran la puesta en órbita de 10 satélites con los que completarán en el 2020 el sistema de navegación Beidu, la alternativa china al GPS.
También se contempla el envío a finales de año de la sonda Chang’e 5 a la Luna, con la que esperan recoger muestras de la superficie lunar para, posteriormente, enviarlas de vuelta a la Tierra.
En el horizonte, una misión a Marte, la culminación de la estación espacial china Tiangong 3, que se espera que esté lista para el 2022, o el envío de una misión tripulada a la Luna para el 2030, un objetivo al que EE.UU. renunció con el fin del programa Apolo. Queda China en el espacio para rato.
Fuente: Big Bang