A mí me fascinaba más la música que el cosmos. Estudié flauta travesera y canto, desde la música de la época barroca hasta el jazz. Mucho Bach, también canto polifónico, y mucho Cole Porter. Me encantaba. Pero es una carrera muy difícil. Me hice física porque es mucho más fácil”, explica Nanda Rea, astrofísica del Institut de Ciències de l’Espai, que mañana recogerá el premio Nacional de Recerca en la categoría Talento Joven en un acto en el Teatre Nacional de Catalunya.
Rea ha sido premiada por sus descubrimientos sobre estrellas de neutrones, que “me gustan porque son extremas, son tremendamente poderosas”. Una estrella de neutrones, explica, es el cadáver de una gran estrella. Una especie de zombi cósmico. Las capas externas de la estrella han sido expulsadas en una supernova, el tipo de explosión estelar más violento que se conoce, y en el centro quedan sólo neutrones que se aglomeran llegando a densidades tan brutales que una sola cucharadita de estrella de neutrones tendría una masa equivalente a la de todas las personas que han vivido en el mundo desde el año 1700 juntas.
“A mí me fascinaba más la música que el cosmos. Pero es una carrera muy difícil. Me hice física porque es mucho más fácil”
“Son condiciones que no se pueden reproducir en ningún laboratorio de la Tierra. Si queremos saber qué pasa con las leyes de la física en condiciones extremas, tenemos que estudiarlo allí”, señala la astrofísica.
Se ha especializado en los púlsares, que son estrellas de neutrones que giran sobre sí mismas a toda velocidad, hasta mil veces por segundo, y de las que nos llega el haz de radiación que barre el universo en cada giro como si fueran faros cósmicos. Dentro de los púlsares, se ha especializado en los magnetares, que son los púlsares con campos magnéticos más intensos. Monstruos aún más extremos que los púlsares convencionales, si es que algún púlsar se puede considerar convencional.
Se ha especializado en los púlsares, que son estrellas de neutrones que giran sobre sí mismas a toda velocidad, hasta mil veces por segundo, y de las que nos llega el haz de radiación que barre el universo en cada giro como si fueran faros cósmicos.
Su principal descubrimiento, por el que ha recibido premios de la Unión Internacional de Física Pura y Aplicada, de la Comisión Internacional de Ciencias Espaciales, de la Academia de Ciencias Rusa y ahora de la Fundació Catalana per a la Recerca i la Innovació, es que no todos los magnetares rugen siempre con toda su energía. Algunos permanecen en letargo hasta el día que estallan con una cólera atroz. “Si tenemos alguno cerca que no hemos detectado y estalla sin aviso, nos enviará una radiación tan intensa que esterilizará la Tierra. Se producirán extinciones masivas. Este es uno de los motivos para estudiarlos, porque no sabemos cuántos hay ni dónde están”, explica Rea.
Otro motivo es que los magnetares son un laboratorio magnífico para explorar cómo interactúan la materia y el magnetismo en unas condiciones que no se pueden simular aquí en la Tierra. Cuando se le pregunta para qué sirve lo que hace, que es “una de las preguntas que me hacen más a menudo”, recuerda que “la mayoría de los avances tecnológicos se basan en principios físicos que, cuando se descubrieron, no se sabía aún para qué servirían”. Pueden intentar hacer una lista y verán cómo no llegan al final: la radio, la tele, los teléfonos, los ordenadores, las ecografías, las resonancias magnéticas, la radioterapia, el envasado al vacío, los aviones, los radares, el GPS… Podrían seguir hasta mañana.
Nacida en Roma, hija de madre iraní y padre italoargentino, Rea no descubrió su pasión por el universo hasta el último curso de la carrera, cuando se apuntó a una asignatura de astrofísica y la entusiasmaron los agujeros negros y los púlsares. “Hasta aquel momento, yo pensaba que me dedicaría a la biofísica, a construir brazos y piernas mecánicos para personas discapacitadas, que era algo que me atraía mucho”.
Pero encontró que la gravedad de los agujeros negros ejercía una atracción más fuerte. Tras licenciarse en la Universidad de Roma Tor Vergata y empezar allí el doctorado, obtuvo una beca Marie Curie para incorporarse a la Agencia de Investigación Espacial Holandesa. Desde allí pasó a la Universidad de Sydney, donde estuvo trabajando con radiotelescopios de Australia, que “fue una experiencia maravillosa”, antes de regresar a Holanda a la Universidad de Amsterdam.
Su principal descubrimiento es que no todos los magnetares rugen siempre con toda su energía.
En el 2009, pensando ya en tener hijos, “me gustaba la idea de que se criaran en un país mediterráneo”, recuerda. “La situación de la ciencia en Italia era desastrosa y en España había mejorado mucho en la primera década del siglo”, lo que la llevó a incorporarse al Institut de Ciències de l’Espai, en el campus de la Universitat Autònoma (UAB), donde actualmente es científica titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
¿Y la música? “¡No la he abandonado! Ahora canto sobre todo jazz. La flauta no la toco mucho, sólo de vez en cuando para mis hijos. Ahora toco más el bajo y la guitarra. Me gusta mucho la combinación de voz y bajo, como hace Esperanza Spalding”.
La música y la ciencia, asegura, son actividades hermanas. “En las dos hay unas normas que tienes que conocer bien, por ejemplo, normas de tonalidad, de armonía, pero tienes que interpretarlas a tu manera. Tienes que ir más allá. Tienes que explorar, ser creativa. Y algunas veces te das cuenta de que has ido demasiado lejos y la cosa no funciona. Pero otras veces descubres algo que es muy bello y muy novedoso”. Algo tan bello como un magnetar.
La música y la ciencia, asegura, son actividades hermanas. “En las dos hay unas normas que tienes que conocer bien, por ejemplo, normas de tonalidad, de armonía, pero tienes que interpretarlas a tu manera. Tienes que ir más allá. Tienes que explorar, ser creativa. Y algunas veces te das cuenta de que has ido demasiado lejos y la cosa no funciona. Pero otras veces descubres algo que es muy bello y muy novedoso”. Algo tan bello como un magnetar.
Fuente: La Vanguardia