La cita era en un cuchitril de Pale, 10 kilómetros al noreste de Sarajevo (Bosnia). Una ciudad arrasada por la guerra a la que llamaban "el corazón de las tinieblas" porque allí se refugiaban muchos militares violentos. Les recibió un edificio rústico de piedra y pizarra, lleno de escoltas armados. El anfitrión era Momcilo Krajisnik, militar y líder del partido ultranacionalista serbobosnio. Pequeño, fuerte e hirsuto, todos le conocían por sus frondosas cejas.
El objetivo de la reunión: intentar acordar una moneda única para un país sumido en el odio entre tres facciones (serbios, croatas y musulmanes). Los invitados: el entonces Alto Representante de la Comunidad Internacional en Bosnia-Herzegovina, Carlos Westendorp, y su equipo, en el que destacaba un joven muy alto que hacía las funciones de jefe de gabinete. Los 20 guardias civiles que escoltaban al ex ministro socialista de Exteriores llamaban al veinteañero por su apodo en clave, "Bronce". El diplomático le decía "Pedrito". Su nombre completo era Pedro Sánchez.
Casi dos décadas después aquel chico de 26 años se ha convertido en el secretario general del PSOE que más está teniendo que negociar para aspirar a la presidencia del Gobierno, mientras que su interlocutor, apodado "Mr. No" por su intransigencia, ha sido declarado criminal de guerra. "Ahora Pedro está aplicando lo que aprendió del perro viejo", dice de él su maestro Carlos Westendorp, y resume, sonriendo: "Culo de hierro en las negociaciones: sentarse y aguantar todo lo que se pueda".
Cuenta Westendorp (hoy presidente del Club de Madrid) que el hueso más difícil de roer fue Krajisnik, brazo derecho del líder serbobosnio Radovan Karadzic y representante de esta facción en el triunvirato que gobernaba el país. A él acudieron Westendorp y Sánchez en varias ocasiones para intentar acordar entre todos unas leyes civiles comunes, un himno, una bandera, una moneda...
"Cuando le pedimos su propuesta sobre un billete común nos enseñó un diseño con todos los símbolos nacionalistas serbios: el águila de dos cabezas, monasterios ortodoxos negros...", se lamenta el diplomático. Así que éste acabó imponiendo una moneda, el marco convertible, con un diseño neutro, igual que una bandera, "azul Europa" y sin símbolos ofensivos. "Ésa era la diferencia con las negociaciones que ahora mantiene Pedrito", recuerda Westendorp: "Teníamos la última palabra". Aquellos símbolos (también las leyes) se mantienen aún.
Eran finales de los años 90 cuando a Pedro Sánchez (que mañana cumple 44) se le presentó la oportunidad de trabajar en Bosnia. Conocía a Westendorp porque su padre era el gerente del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música y allí había trabado amistad con la mujer del diplomático, Amaya de Miguel. Cuando el Gobierno de Aznar le envió a Estados Unidos como embajador de España ante las Naciones Unidas, Sánchez, ya licenciado en Económicas y con varios másteres a sus espaldas, trabajaba en una consultora en Nueva York y en varias ocasiones fue a cenar a casa del matrimonio.
"Hablábamos de política, conversábamos... le dábamos de cenar caliente", dice Westendorp a Crónica. Le gustaron sus "ganas", su "interés por la política"... y sus idiomas (inglés y francés). Así que le ofreció el puesto. El alto representante nombrado por la ONU aterrizó en Sarajevo el 18 de junio de 1997 y su asesor, unos meses después.
Durante más de un año ambos compartieron negociaciones, discusiones y momentos de tensión. Su misión era casi un imposible: garantizar que se aplicaran los Acuerdos de paz de Dayton, suscritos en 1995. Tras la disolución de la URSS y la guerra nacionalista provocada por los serbobosnios, Bosnia no funcionaba como un país sino como un avispero de odios enfrentados. Westendorp era el mediador internacional para que las tres facciones religiosas pusieran en marcha instituciones comunes y evitaran un nuevo conflicto. Si el Gobierno local no se ponía de acuerdo, él podía imponer su criterio. Lo intentaron.
El escenario era complicado. Más que la difícil España... El país acababa de salir de una contienda cruenta (250.000 muertos, 60.000 mujeres violadas, 3 millones de desplazados) y estaba tomado por la OTAN (con 1.300 soldados españoles). Aún había un millón de minas antipersona que causaban 150 muertes al mes.
Sánchez trabajaba con su maestro en unas oficinas de la calle del Mariscal Tito en Sarajevo que sonaban a torre de Babel. Dormía en un apartamento y, entre reunión y reunión, procuraba vivir: aprovechaba para ir al gimnasio o jugar al baloncesto con los guardias civiles de élite que se turnaban las 24 horas del día para custodiar al jefe, al que en sus transmisiones llamaban "Oro". Fue un año intenso, dice Westendorp. Su pupilo supo lo que era negociar a cara de perro entre los musulmanes bosniacos (de influencia turca), los serbios ortodoxos (apadrinados por Slobodan Milosevic) y los croatas católicos.
"Tenacidad y paciencia", le decía Westendorp. Ahora, asegura, su discípulo está haciendo lo que él le habría aconsejado: "Seguir intentándolo, pese a las líneas rojas. Ceder".
Aunque ninguna receta funcionó con "el terco" Krajisnik. Apenas un año después, en abril del año 2000, Mr. No fue detenido por marines franceses y en 2006, condenado en La Haya por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia a 27 años de cárcel por crímenes de guerra y lesa humanidad contra musulmanes y croatas con el fin de limpiar las regiones bosnias habitadas por serbios. Se le consideró culpable de exterminio, asesinato, deportación, mutilación sexual y abusos brutales como forzar a los presos a morderse unos a otros.
Krajisnik sólo cumplió dos tercios de su condena rebajada (20 años) y en 2013, con 68 años, regresó a su tierra como un héroe. "Es como un sueño", proclamó ante las 2.000 personas que ondeaban banderas y cantaban himnos serbios. Declarándose sorprendido por la bienvenida, añadió: "Después de todo, soy un criminal de guerra...".
Fuente: El Mundo