Los catalanes están inmersos en un punto muerto cada vez más hostil con Madrid. La Liga Norte quiere recrear el antiguo Estado de Lombardía. Los flamencos quieren recuperar su país, utilizando la expresión de la gente del Brexit, y por supuesto también los escoceses en Reino Unido. Por toda Europa, las regiones están empezando a escindirse.
Es comprensible que los mercados estén nerviosos al respecto, y los Estados tradicionales así como la UE se oponen a ello con fiereza. La agria disputa en torno a la independencia de Cataluña ya ha afectado duramente al mercado español, y en el mercado italiano sucedería algo similar si hubiera una amenaza inminente de ruptura en el norte.
Pero un momento, eso no tiene sentido. De hecho, una Europa formada por regiones mucho más poderosas, y posiblemente también de un montón más de naciones, tendría mucho más éxito. Hemos tenido medio siglo de un poder cada vez más centralizado que no ha dado grandes resultados. Deshacerlo no hará ningún daño... y puede que venga bien.
No hay duda de que a los inversores no les gusta el aspecto de lo que está pasando en Cataluña. Cada vez que aumenta la tensión entre Madrid y Barcelona, las acciones de la Bolsa de Madrid empiezan a caer. Los bancos y negocios están yéndose de Barcelona, sobre todo porque la independencia de Cataluña no se dará en el marco de la UE, y no podrá seguir usando el euro. Si el propuesto nuevo país tiene un plan económico serio, se lo está guardando para sí. Hasta ahora, la secesión catalana hace que el Brexit parezca bien planificado en comparación.
Queda por ver qué pasará en España. Quizás los catalanes den marcha atrás y encuentren una forma de autogobierno que mantenga unido al país. Lo veremos en los dos próximos años. Sin embargo, una cosa parece clara: el separatismo regional está ganando cada vez más fuerza. En Italia, la Liga Norte lleva años haciendo campaña por una Lombardía independiente. El nacionalismo flamenco ha empezado a paralizar la política de Bélgica. Bavaria está empezando a sentirse menos cómoda en Alemania: una encuesta reciente mostraba que un tercio de los bávaros está a favor de la independencia.
Los corsos quieren salir de Francia, y más allá, en el este, los silesios están cansados de pertenecer a Polonia. En Reino Unido, por supuesto, muchos escoceses quieren la independencia, y también algunos galeses. Estos movimientos se están enfrentando a una oposición implacable en las capitales y en Bruselas. Pero de hecho, una Europa formada por regiones y pequeños Estados prosperaría. He aquí por qué.
En primer lugar, la mayoría de las regiones secesionistas son bastante exitosas a nivel económico. Cataluña es la zona más rica de España, y es sede de algunas de sus principales industrias. Escocia no es exactamente Londres, pero es tan rica como cualquier otro lugar de Reino Unido. Flandes siempre ha sido una de las zonas más ricas de Bélgica, y no hace falta recordar los vínculos comerciales y mercantiles históricos de la Lombardía y el Véneto, en el norte de Italia (es, después de todo, la región donde más o menos se inventó el capitalismo moderno).
No es así para todas las regiones secesionistas -Córcega no tiene mucho que aportar al respecto, por ejemplo- pero la mayoría son igual de ricas o más que los Estados a los que pertenecen. Esa es una de las razones por las que quieren irse: la gente está cansada de subvencionar a sus vecinos. De hecho, todas ellas son viables como Estados independientes. Con algo de buena voluntad por parte de las naciones de las que quieren salirse, y algo de ayuda de la UE para seguir teniendo acceso a sus mercados, no hay motivos para que no les vaya bien.
En segundo lugar, y más importante, muchos mini-Estados formarían una Europa con mucha más diversidad, competitividad y experimentación. De hecho, hay muchas pruebas que demuestran que los países pequeños tienen más éxito, de forma similar a las pequeñas empresas, que normalmente pueden crecer más rápido que los enormes gigantes de la economía global. Véase el ránking de los países más ricos de Europa según su renta per cápita: Luxemburgo encabeza la lista, seguido de Suiza, Noruega, Irlanda e Islandia.
Difícilmente se pueden considerar países grandes. O véase el ranking global: Qatar, Luxemburgo y Singapur son el top 3. De nuevo, son todos pequeños. No hay motivos para que una Cataluña independiente, con una población de 7,5 millones, o Lombardía, con 10 millones de habitantes, no puedan encajar perfectamente en esos rankings.
Es verdad que algunos países pequeños son ricos en recursos. Pero Luxemburgo no lo es, ni tampoco Singapur ni Suiza. Lo que se les da muy bien es centrarse en industrias en las que son potentes, o en desarrollar excelentes relaciones comerciales, y en crear la clase de economías desrreguladas, con bajos impuestos y libre comercio que están bien preparadas para la economía del siglo XXI. Es más fácil hacer eso en un país pequeño que en uno grande, porque tanto la política como la sociedad se unen más fácilmente cuando hay un único objetivo.
En realidad, es probable que la Bolsa de Barcelona, en los meses posteriores a la independencia, sea el negocio de la década. Los precios de cualesquiera compañías que coticen ahí se hundirán en el caos posterior a la independencia. Pero rebotarán suficientemente rápido a medida que el nuevo país, si eso es lo que surge, empieza a reconstruir su economía. Sucederá lo mismo con cualquier otra región que consiga escindirse de un Estado nacional arrogante.
Europa lleva medio siglo con un poder progresivamente más centralizado, y los resultados rara vez han sido muy espectaculares. Se ha quedado estancada con una economía moribunda, un desempleo masivo, y una moneda que se ha quedado completamente disfuncional.
Es difícil que a algunas regiones que quieren escindirse les fuera a ir mucho peor, y bien puede irles mucho mejor, al permitir que surjan Estados más cohesionados, y que se prueben nuevas políticas. Habrá cierta disrupción en el cambio a una Europa de las regiones descentralizada. Pero una vez se alcance, tendrá más éxito económico.
Fuente: El Economista
Matthew Lynn
Director ejecutivo de Strategy Economics