Como hemos mostrado en otras investigaciones, Estados Unidos tiene además de su desproporcionado arsenal militar, una serie de laboratorios desperdigados por el mundo: Se pueden contar al menos 25 de estos centros clandestinos repartidos en zonas geoestratégicas como la Amazonía y las naciones fronterizas con la Federación rusa. En efecto, y a propósito de otra de las pesquisas realizadas por este observador, el gobierno de los Estados Unidos está promoviendo investigaciones genéticas con el fin de desarrollar un arma biológica capaz de atacar genotipos específicos como, por ejemplo, los rasgos de las etnias eslavas. El objetivo de los centros de investigación es crear virus, toxinas y bacterias que atacarían eventualmente a poblaciones puntuales. No debe escatimarse que una buena parte de esos laboratorios se encuentran en ex repúblicas soviéticas como Georgia, Ucrania y Kazajistán.
Justamente, el presente artículo busca mostrar de manera detallada los hallazgos obtenidos en uno de esos centros de investigación más peligrosos financiados por el Pentágono en el corazón de Eurasia. Dicho laboratorio, conocido como Richard Lugar, ubicado en Tiblisi, la capital de Georgia (tierra natal del líder soviético Joseph Stalin), funciona aparentemente como un centro de desarrollo en detención y neutralización de virus. El presupuesto de este "Programa biológico participativo" es de 2.100 millones de dólares y está financiado por la Agencia para la Reducción de Amenazas (DTRA, por sus siglas en inglés). El nombre oficial del proyecto es Programa de Participación Biológica Cooperativa y se estableció luego de un acuerdo diplomático entre los gobiernos de Georgia y Estados Unidos que data de 2002.
Lo anterior no es un dato menor pues, amparado en el acuerdo entre los gobiernos, la Casa Blanca ha desarrollado de manera secreta investigaciones de orden biológico y genético que serán detalladas más adelante. Por ahora baste con decir que, la fachada del laboratorio es un “centro de salud pública”, ubicado a tan sólo 17 kilómetros de la base aérea de “Vaziani”, es decir un punto geoestratégico de la capital georgiana. En una descomunal y muy bien documentada investigación, la periodista búlgara Dilyana Gaytandzhieva logró determinar que, en el tercer nivel de los laboratorios, sólo tienen acceso los ciudadanos estadounidenses que hayan obtenido permiso con información clasificada. Estos funcionarios tienen carácter diplomático en virtud del mencionado acuerdo intergubernamental sobre cooperación en la esfera de Defensa del 2002. En otros términos, empleados de la embajada de los Estados Unidos pueden realizar investigaciones sin rendir ningún tipo de cuentas al gobierno local.
La más reciente polémica, de acuerdo con las pesquisas de Gaytandzhieva, tienen que ver con experimentos con humanos que se estarían llevando a cabo en el laboratorio. Al respecto, el ex ministro de Seguridad del Estado georgiano, Igor Giorgadze, pidió al presidente Donald Trump que investigue los informes del centro Lugar pues de acuerdo con su testimonio hubo 24 personas que murieron en diciembre de 2015 durante un tratamiento contra la hepatitis C. Además, entre abril y agosto de 2016, según el ex ministro, perdieron la vida otras 30 personas y las causas de su deceso se catalogaron como "desconocidas". Se cree que las razones verdaderas de la muerte de estos ciudadanos georgianos tienen que ver con los experimentos desarrollados en el laboratorio, por lo que todavía no se ha levantado una investigación formal.
Sin embargo, según pudo establecer la periodista búlgara, el centro de investigación (que fue inaugurado en 2011), transporta sangre humana y agentes patógenos congelados como carga diplomática para un programa militar secreto apoyado por el Pentágono. La investigación logró determinar que el gobierno norteamericano ha gastado más de 161 millones de dólares de los contribuyentes en cuestiones relacionadas con enfermedades mortales e insectos picadores que serían enviados a países limítrofes a través de drones. Además de lo anterior, los vecinos del barrio Alexeevka, donde se encuentra el laboratorio, se quejan de que los químicos peligrosos se queman en secreto en las madrugadas y los desechos son vertidos en un río cercano por medio de tuberías que conectan con el laboratorio. Según los testimonios: “hay humo negro, rojo y verde en la noche, o especialmente temprano en la madrugada, alrededor de las 3 o 4 am. Incluso las gallinas han muerto […] ese olor viene de allí. Huele a huevos podridos y a heno en descomposición. El olor se propaga en diferentes direcciones por el curso del viento”.
De acuerdo con el completo análisis de Dilyana Gaytandzhieva, la actividad secreta que allí se lleva a cabo cuenta con la complicidad de los militares georgianos y diplomáticos norteamericanos. Los vecinos del Lugar Center, todavía recuerdan un trágico episodio que involucró a cuatro ciudadanos filipinos que trabajaban en el laboratorio. Dos de los extranjeros murieron a causa de una supuesta intoxicación por gas en su apartamento, cerca del laboratorio, y los otros dos tuvieron afectaciones graves de salud. Por esa razón, creen los vecinos del lugar, que los desechos y la investigación en general resulta sumamente peligrosa. Y de hecho lo es.
En efecto, Estados Unidos está desarrollando un arma bioquímica lo suficientemente poderosa para disuadir al gobierno ruso liderado por el presidente Vladimir Putin y, de esa manera, posicionarse estratégicamente en el centro de Asia. Por ello, las agencias de seguridad norteamericanas con el aval de la Casa Blanca, están trabajando en el control de la población mundial. Uno de los indicios al respecto es el caso de Joshua Bast, subdirector de la Unidad de Investigación Médica del Ejército de los Estados Unidos- Georgia (USAMRU-G, por sus siglas en inglés). Este científico militar, según lo pudo establecer la periodista Gaytandzhieva, conduce un carro diplomático y goza de inmunidad, sin pertenecer al cuerpo de funcionarios de la Embajada de ese país. ¿Qué hay detrás de esto? La realidad es que Bast dirige una unidad especial secreta conocida como Walter Reed que opera dentro del laboratorio Lugar. Al ser confrontado por la periodista en razón a su categoría de agente diplomático, el científico negó categóricamente que trabajara en el laboratorio, cuando la evidencia dice todo lo contrario. Lo más preocupante del caso, es que Joshua Best es entomólogo, es decir, se dedica a la investigación con insectos. Uno más uno es dos.
Otra de las graves denuncias en este caso es el papel de los contratistas privados. De hecho, la Agencia para la Reducción de Amenazas (DTRA) entregó a compañías privadas los recursos para las investigaciones sobre armas biológicas. Lo complejo del asunto es que este tipo de empresas no tienen ninguna clase de control por parte del Congreso. Actualmente, hay tres de estos grupos trabajando en Georgia: CH2M Hill, Battele y Metabiota, quienes también laboran con otras agencias estatales como la CIA.
La primera de esas empresas ganó un contrato por 342 millones de dólares para trabajar en biolaboratorios en Georgia, Uganda, Tanzania, Irak, Afganistán y el sudeste asiático. Por su parte, el Battele Institute realiza pruebas con productos extremadamente tóxicos y sustancias patógenas, sus contratos ascienden a más de 2.000 millones de dólares. Finalmente, Metabiota recibió 18,4 millones de dólares por parte de la DTRA por servicios de consultoría científica y técnica en Ucrania y Georgia. En el sitio web de la empresa se ofrecen servicios consultivos sobre: “amenazas biológicas en todo el mundo, detección de patógenos, respuesta epidémica y ensayos clínicos”. Esta compañía también trabajó con el gobierno estadounidense en la epidemia del Ébola en África Occidental con un presupuesto que superó los 3 millones de dólares. Esta circunstancia demuestra que el sector privado está muy interesado en desestabilizar y controlar a las poblaciones en Eurasia, una de las zonas con mayor relevancia en cuestiones geopolíticas. Si las transnacionales están involucradas en Georgia es porque puede haber un negocio redondo que implique la devastación de recursos y pueblos enteros.
Uno de los mecanismos que desarrollan en los laboratorios es la guerra entomológica, esto es, la utilización de insectos para transmitir enfermedades. Aquí el mapa geopolítico adquiere una gran relevancia pues Georgia comparte frontera con Rusia, principal rival de los Estados Unidos. Si a esta circunstancia se suma el desarrollo de bacterias y virus en los laboratorios de Ucrania y Kazajistán, entonces podría afirmarse que el Pentágono está pretendiendo “cercar” a su enemigo político. Por esa razón, Moscú ha expresado repetidamente su preocupación por la posible utilización de armas biológicas a través de la propagación de insectos.
Tales temores no son infundados, considerando una reciente patente estadounidense para un Sistema de Esparcimiento Aérea de Mosquitos Tóxicos, otorgada por la Oficina de Patentes y Marcas de los Estados Unidos en 2014. La invención incluye un dron que puede liberar mosquitos infectados, algo que la investigación de la periodista, Dilyana Gaytandzhieva, ha intentado probar, pues existen documentos que muestran proyectos del Pentágono que involucran a los insectos como posibles vectores de enfermedades en Georgia. En efecto, en 2014, el Centro Lugar fue equipado con una instalación para insectos y lanzó su proyecto sobre moscas de arena en Georgia y otras zonas del Cáucaso. Por si fuera poco, y de manera coincidente (?), la empresa Georgia Tech creó hace pocos días un diminuto robot de dos milímetros que se mueve aprovechando la vibración de actuadores piezoeléctricos, fuentes de ultrasonido o incluso pequeños altavoces. Estos “insectos del futuro” podrían utilizarse para transmitir las enfermedades creadas en los laboratorios. Por ese motivo, el devenir de la humanidad está en peligro si los contratistas privados siguen teniendo inmunidad diplomática para crear armas mortales. Es hora de ejercer control ciudadano y de pedirle al primer poder del mundo, una explicación satisfactoria.
Fuente: www.alainet.org