Tiempo atrás, Carlos Marx (1) afirmaba que la religión era la ideología por excelencia. Erraba en el orden de los términos: la ideología siempre tuvo una pretensión sacralizante y sempiterna (véase sin ir más lejos la tesis redentora del socialismo que se hace llamar científico). En la puesta en escena de los tratados ideológicos, se atisba ya una espiritualidad malentendida, rayana no en la búsqueda de lo sacro, sino en su elaboración intelectual, a veces hasta con fines edénicos. La disposición a modular la génesis de lo sacro y reformular en ese sentido la vida del hombre, es imposible sin una transformación antropológica anterior. Se nos quiere hacer creer (o al menos se piensa) que la ideología es un fenómeno que ha existido siempre, un fenómeno estrictamente intelectual; una parte de la filosofía, estudiosa de los caracteres y orígenes de cada ideario. Pero las ciencias humanas que dan forma a la razón no dominan las razones del alma, ni el estado de ésta. El estudio vigente de la ideología se limita a la historicidad de las ideas y a los análisis racionalistas, no a penetrar en las causas, para lo cual haría falta la extrospección teológica y filosófica necesaria. La oficialidad no parece ir más allá del estudio académico y formalista, incapaz de desentrañar una sospechosa precomprensión espontánea. La ideología forma parte de un problema antropológico que sale a la superficie de la vida humana para rebelarse contra una parte sustancial de la realidad dada. Una rebelión de la voluntad que se toma la licencia de acusar de imperfecta a la mismísima perfección.
Empecemos por puntualizar, siguiendo a Blaise Pascal (2), que hay dos formas no excluyentes de caer en razonamientos falsos:
a) La omisión de principios de conocimiento.
b) La falta de espíritu recto.
Ambas formas llevan al error o a la imprecisión, si bien la segunda opción puede conducir deliberadamente a la primera. Por la carencia de espíritu recto, se puede razonar falsamente en torno a los principios conocidos. El mismo Pascal, con su característica agudeza, se refiere al entendimiento y la voluntad como las puertas por las cuales las opiniones recalan en el alma siendo- afirma Pascal- la mas ordinaria la de la voluntad aunque la menos indicada porque los hombres se inclinan a creer aquello que les place en detrimento de aquello que se les prueba. Nos hacemos aquí con un apoptegma, con una enseñanza sinóptica del problema: opinión que entra en el alma por la puerta de lo que place a la voluntad; falta al espíritu recto, omite principios, y colige razonamientos falsos.
Tanto en la modernidad como en la baja modernidad (también conocida como posmodernidad), las ideologías han tomado las riendas del pensamiento y del camino de los pueblos. Los efectos no han podido ser más devastadores: la descomposición de la sociedad alcanza ya hasta sus fundamentos orgánicos. A día de hoy la hegemonía ideológica se hace sentir en la filosofía, la política, las ciencias experimentales, la dialéctica, la cotidianidad y se adentra peligrosamente en la religión, curiosamente el lugar en donde pudo ver la luz. No hay nada descabellado en hipotetizar que el nacimiento de la ideología tuvo lugar con la Reforma. Fue el luteranismo, no una ideología aunque si una protoideología; contaminó de subjetivismo la sana doctrina, validó la arbitrariedad en el criterio, y puso en tela de juicio la sindéresis. Abrió en definitiva, la veda al pensamiento ideológico. Lutero no fue un ideólogo racionalista, más bien un irracionalista resabiado, pero cambió las reglas del juego, también en el campo del pensamiento. Al echar la vista atrás, las andanzas de Lutero vislumbran que en el desenvolvimiento de la ideología, la irracionalidad y la irracionabilidad, preceden en el tiempo a la racionalidad. Recordemos sin ir muy lejos, su tesis irracional de la fe sin obras, en consecuencia, fe sin obediencia a Dios.
Lo que delata a la ideología y sus protagonistas, es su temprana colisión con la Ley natural, bien definida entre otros por Francisco Suárez, quien aseguró que “procede de Dios por medio de la naturaleza la cual dimana como una propiedad suya “. Según Suárez (3), la Ley natural es una propiedad deducible “ no de la esencia particular del individuo sino de la naturaleza específica, la cual es la misma en todos “. Es una ley que precede y prescribe el orden moral, de hecho su objeto es “el bien honesto de suyo o necesario para la honestidad “. En consecuencia, se infieren las características de unidad e inmutabilidad de dicha ley atribuidas por Suárez. Las ideologías rompen tanto en contenido como en la función con la Ley Natural. La razón es la siguiente: la función bien designada se halla en el ligamento entre la naturaleza y el objeto, la adecuación de la naturaleza al objeto se da por medio de la función. Así por ejemplo, en el ámbito agrario la función de un árbol consiste en dar algún fruto con el objeto de vitalizar y responder a las necesidades de un ecosistema. La ideología desnaturaliza la función de la Ley natural; en su intento de mecanizarla propone una génesis propia, diferente. Propone lo contrario a la Ley natural designada por Suárez: de la esencia particular de un individuo (o varios) en sus deliberaciones, se puede deducir el bien honesto de suyo que puede articular los pilares de la sociedad, por lo tanto la Ley natural dejaría de serlo en pos de una ley primigenia, plural y mutable. Es la gran aspiración ideológica, por eso la ideología en si constituye la desnaturalización del pensamiento, la prescindencia de la Ley natural en la codificación de las ciencias humanas, “la corrupción de la filosofía “ (dijo Miguel Ayuso) (4).
A modo de individuación, los elementos salientes de la ideología son los siguientes:
a) Es un pensamiento antiontológico. Sojuzga la naturaleza de las cosas, para lo cual superpone sus hipótesis.
b) Es un pensamiento antiepistemológico. Sesga con arbitrio el conocimiento, pues pasa por alto factores significativos para el objeto de estudio.
c) Es un pensamiento ajurídico. Prescinde de las nociones de lo justo e injusto, todo lo más las incorpora y acomoda a posteriori, en el desarrollo de sus hipótesis.
d) Es un pensamiento inmoral. Se posiciona por encima del bien y del mal sometiéndolos a una norma previa (al parecer) constitutiva de la moral.
e) Es un pensamiento impolítico, generador de antagonismos. Quiebra la convivencia porque su conformación admite idearios contrapuestos, por la naturaleza ambivalente de dicha forma de intelección.
f) Propicia la falsedad dialéctica. Por la propia construcción del pensamiento ideológico, es dable a equiparar el razonamiento a la verdad.
g) Está hecho de una simpleza subersiva que, en cambio, se presenta con la apariencia de la sencillez honorable. A menudo se apoya en causas nobles ajenas a la génesis del pensamiento ideológico.
h) Rompe la armonía entre la voluntad y el entendimiento. En consecuencia se aleja de la sana libertad trabada en el recto pensar y proceder.
Tales propiedades permiten inferir que el elemento subversivo caracterizador del pensamiento ideológico no puede ser otro que el subjetivismo.
Asumido lo anterior, la ideología no puede ser exactamente un ideario, la idea solo sería el dimanante intelectual. La ideología sería la búsqueda de coherencia, de concreción intelectual de un prejuicio que desarrollado sobre sí mismo, adopta la forma de ideario, de figura opuscular en su aplicación para la vida de los hombres. El prejuicio, del que afloran los subjetivismos, es el primifenómeno de la ideología. Pero indaguemos en lo que define y da forma al prejuicio. La etimología clarifica en la palabra “prejuicio “ un rechazo que redunda en un deseo catatónico de cambiar las cosas enfrentando si es necesario todo orden establecido, con independencia de la veracidad de sus estribos. Un veredicto o parecer desfavorable sobre algo que se conoce inapropiadamente, es decir, existe un rechazo adelantado al uso apropiado de la sindéresis, un “juicio previo o decisión prematura “ resume la etimología. Más desglosando los componentes etimológicos, nos encontramos con la existencia de una consideración previa que sojuzga el derecho y la justicia, en la pretensión de alcanzar un resultado final. Una preconcepción que, con los movimientos intelectuales necesarios, aspira a ser consecución. Una consideración negativa previa materializada en una visión de las cosas y en un ardiente deseo de transformación de una realidad rechazada. Es la base del pensamiento ideológico: una sentencia apriorística que pasa por encima de la razón natural sobre la que se eleva un ideario industrial. Así la ideología se convierte en la guarida del prejuicio.
Pero cuestionar la realidad exige la aprehensión del mundo que nos rodea. Comprender es el requisito necesario previo a toda crítica, de lo contrario incurrimos en la crítica como forma de aprehensión, la perversión del conocimiento especulativo trasmutado en especulación voluntarista del conocimiento. El prejuicio adelantándose a la naturaleza de las cosas. El antipensamiento. La cábala de la voluntad. ¡Cuánta razón tenía San Isidoro cuando afirmaba que el juicio producto de la ciencia es más fiable que el de la opinión! No lo hacía en balde, San Isidro ya desmontó las ideologías (5) antes de su eclosión histórica: “es ciencia cuando alguna cosa se pretende cierta por la razón, y la opinión es una cosa que aún late incierta y sin verse ninguna razón firme”. Visto queda para sentencia que el pensamiento que en lugar de emplear la ciencia para problematizar, problematiza con la pretensión de hacer ciencia, no es pensamiento sino ideología.
Para ir terminando, diríamos que la ideología es un intento de lógica con el propósito de resolver una tensión interna; una endogeneización de la extrospección, una asunción personalista distante del medio real y sus accidentes. La rebelión del querer sobre el ser, es decir, el espíritu humano cuyo infortunio es la elevación de un fuero interno, ensoberbecido regidor de un entendimiento que vislumbra sus propias causas. La ideología se compone de la vertiente psicológica (resolución de la tensión interna) y de la parte más ostensible; la vertiente política (el tratado revolucionario). Queda por responder porqué la rebelión de la voluntad es cosa de unos cuantos espíritus falsos. Veamos; Pascal dividió las verdades en dos categorías: las humanas y las divinas. Las humanas entran en el corazón por el entendimiento, mientras las divinas entran, según Dios ha querido, en el entendimiento por el corazón. El pensador ideológico extravaga el orden dado por Dios y decide que las cosas humanas entren en el entendimiento por el corazón cometiendo así un error a la vez teológico y filosófico, porque las cosas humanas “es necesario conocerlas para amarlas” y las cosas divinas es necesario amarlas para conocerlas. Hechas las consideraciones anteriores, podemos colegir con escaso miedo a equivocarnos que la ideología es el espíritu contrario a la santidad, un espíritu que por lo pronto siega la realidad bajo sus pies, para en un segundo acto intentar hacerla brotar infructuosamente confundiendo las cosas humanas con las divinas.
(1) Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1974). Sobre la religión. Sígueme. Salamanca.
(2) Pascal, Blaise. (1982). Pensamientos. Orbis. Barcelona.
(3) Suarez, Francisco. (1968). Tratado de las leyes y de Dios legislador. Instituto de Estudios Políticos. Madrid
(4) Ayuso, Miguel. (2016). La corrupción y sus causas. Foro Internacional “Procuradoría: a la vanguardia en la lucha contra la corrupción y la transparencia. Procuradoría General de la Nación de Colombia.
(5) Isidoro de Sevilla, San. (2000). Etimologías. Madrid, ed. bilingüe, Biblioteca de Autores Cristianos.
Fuente: https://chesterton.es/
Eduardo Gómez MeleroDoctor investigador en la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM). Doctor en ciencias económicas, empresariales y jurídicas por la Universidad Politécnica de Cartagena. Columnista de Religión en Libertad. Servidor de: Dios, la Iglesia y usted.